El deporte (aunque sea extremo) es salud.
De todas las cosas que se cuentan de los ciclistas profesionales, que no son pocas en estos tiempos nuestros de cada día, y tampoco muy hermosas, hay al menos una de la que se pueden sentir orgullosos realmente, la constatación de que, en efecto, el suyo es un oficio del pasado, un deporte antiguo, lento y moroso de desarrollo, anacrónico en esta época ciberglobalizada.
Tan antiguo, tan antiguo que, según numerosos
estudios sobre los efectos de la actividad física sobre el envejecimiento y la
salud, es la vida de ciclista (y también la de maratoniano y la del esquiador
de fondo, o cualquier deportista de resistencia) la que más se asemeja a la del
ser humano del paleolítico, o sea, al modo de vida que nuestro organismo sigue
considerado el ideal.
Los mejores atletas no tienen por
qué ser los más sanos, dice un especialista.
La mala fama de la competición de
élite ya existía en la Antigua Grecia.
Haber corrido el Tour es sinónimo
de longevidad
Las prácticas de resistencia son
mejores que las de potencia.
Federico Martín Bahamontes ( Nacido el 9 de julio de 1928 en Santo Domingo-Caudilla, Toledo, España)
Ex Ciclista Profesional y claro ejemplo de este texto
El ejercicio de resistencia
extenuante aumenta la esperanza de vida: lo llevamos en los genes.
Durante siglos, la creencia
popular ha sido que el deporte de competición era malo para la salud y reducía
la esperanza de vida. Y hasta los deportistas acusados de dopaje, como
recientemente la atleta Marta Domínguez, afirman de entrada, para justificar
una posible deriva dopante, que correr como ellos lo hacen yendo al límite de
su capacidad en todas las competiciones, torturando su organismo diariamente, no
puede ser, en sí, bueno para la salud. Sin embargo, los fisiólogos del
ejercicio han llegado a la conclusión contraria: es más probable que viva más
años quien en su juventud ha participado en alta competición deportiva, y
cuanto más de resistencia sea la especialidad, más aún.
"Genéticamente, los
habitantes del siglo XXI seguimos siendo ciudadanos del paleolítico, así que
los que un estilo de vida más activo lleven más vivirán", dice Alejandro
Lucía, catedrático de Fisiología de Universidad Europea de Madrid. "Menor
riesgo de enfermedades crónicas sufrirán, como lo prueban los deportistas de
resistencia".
Para afirmarlo, Lucía se basa
en una reciente publicación en el British Journal of Sports Medicine de
una investigación dirigida por Jonathan Ruiz, del Instituto Karolinska de
Estocolmo, que revisa 15 estudios científicos que asocian de manera inequívoca
la participación en competiciones deportivas con la esperanza de vida. "En
el paleolítico, el ser humano cazador-recolector se pasaba el día corriendo, en
movimiento, y tenía un gasto energético cotidiano de más de 3.000 calorías y su
ingesta alimenticia era similar, con lo que la obesidad no existía", dice
Lucía, que participó en el estudio con una comparación genética entre
deportistas de alto nivel y población general. "Mientras, en la sociedad
actual, tan sedentaria, nuestro gasto medio es de solo el 38% respecto al
paleolítico, y seguimos consumiendo 3.000, con lo cual la obesidad es
inevitable".
"Se dice que el deporte
de élite no es sano, pero ¿cuál es la evidencia científica que sustenta tal
afirmación? ¿Viven menos los deportistas de élite?", se pregunta José
Antonio López Calbet, fisiólogo de la Universidad de Las Palmas. "Los
datos publicados parecen indicar que las deportistas de élite que han
practicado pruebas de resistencia viven de uno a cuatro años más que las
personas de edad comparable y similar lugar de nacimiento. En cambio, los
deportistas que practican deportes de potencia (lanzadores, levantadores de pesas)
tienen menor expectativa de vida".
Se ha sugerido que la
disminución de la expectativa de vida de algunos deportistas en el pasado pudo
estar relacionada con el dopaje. Entonces: ¿es malo o no el deporte de élite?
Los ancianos que fueron deportistas de élite en disciplinas de resistencia
tienen más riesgo de sufrir fibrilación auricular (un tipo de arritmia). En
cualquier caso, es mucho más peligroso para la salud y la calidad de vida no
hacer deporte que practicar una hora de ejercicio cada día.
En el paleolítico se modeló
nuestra huella genética, y los ciclistas, que son unos exagerados, miles de
años después no solo la mantienen, sino que la han corregido para aumentarla.
"Durante una etapa del Tour un ciclista puede gastar hasta 6.000 u 8.000
calorías", dice Lucía. "Por mucho que coma es muy difícil, claro, que
recupere lo gastado, así que acaban el Tour en los huesos". Muy delgados,
y a la vez muy sanos. Tan sanos que, según un estudio llevado a cabo a por el
departamento de Fisiología de la facultad de Medicina de la Universidad de
Valencia, ser corredor del Tour es sinónimo de longevidad y calidad de vida. Y
no se basan en el ejemplo de Federico Bahamontes, el ganador del Tour del 59,
enhiesto y vivo como un chopo, sano como un toro, llevando una vida plena en
todos los sentidos a los 82 años, sino en un análisis demográfico comparativo
entre la vida y muerte de 834 corredores franceses, belgas e italianos nacidos
entre 1892 y 1942 y que terminaron al menos un Tour entre 1930 y 1964, y la
población general de esos países.
El resultado es espectacular.
Mientras el índice de supervivencia de la población general es del 50% a los
73,5 años, casi el 70% de los participantes del Tour aún estaban vivos a esa
edad, y el índice del 50% lo alcanzaban a los 81,5 años, lo que significa,
según los autores, dirigidos por el catedrático José Viña y Fabián
Sanchís-Gomar, un 17% de incremento en longevidad media.
Quizás los resultados del
estudio no serían tan felices si solo se centraran en los ganadores del Tour, pues
11 de los que se impusieron en la posguerra ya han fallecido, cuatro de ellos
-Bobet, Anquetil, Nencini y Fignon- de cáncer y rondando los 50 años (otros dos
se suicidaron, uno murió de sobredosis y los cuatro restantes fallecieron o
accidentalmente o ya ancianos, como Gino Bartali, a los 86 años). El decano de
los 19 ganadores de posguerra supervivientes es el suizo Ferdi Kubler, ganador
del Tour de 1951, que tiene 91 años; le siguen el francés Roger Walkowiak (Tour
del 56), con 83 años, y Bahamontes con 82.
"Y quizás por esos
datos, y por todas las noticias negativas asociadas al dopaje, la creencia
general era que el Tour era malo para la salud, pero hemos medido lo que viven
los corredores del Tour entre los años 1930 y 1964. La curva demuestra que los
corredores del Tour viven más que la población general. Este estudio, que será
publicado en el International Journal of Sport Medicine, rompe el
paradigma", dice José Viña.
La mala fama del deporte de
alta competición, la consideración de que el ejercicio que llevaba al organismo
a explorar las fronteras de la resistencia, era perjudicial para la salud, no
es cosa de ahora, aunque para algunos especialistas sin escrúpulos haya sido
precisamente ese concepto el que les permitiera justificar el recurso al dopaje
como medicación para ayudar al cuerpo a recuperarse tras alcanzar la
extenuación
Como recuerda el estudio de
Ruiz y Lucía, ya Hipócrates, en la antigüedad, alertó contra él: "No hay
nadie en más arriesgado estado de salud que los deportistas". Y también
Galeno: "Los deportistas viven una vida contraria a los preceptos de la
higiene. Cuando abandonan su profesión caen en un peligroso estado y la mayoría
no llega a viejo". E, incluso en 1968, un estudio reflejaba como hecho
sorprendente y negativo que todos los remeros del equipo de la Universidad de
Harvard de 1948 habían fallecido.
Pero los estudios probando lo
contrario, y no solo el de la universidad valenciana con los corredores del
Tour, han caído como un alud. Uno de ellos muestra que los remeros de Oxford y
Cambridge viven más que los no remeros de sus mismas aulas (lo que elimina, de
paso, los recelos que causa comparar la vida de los deportistas, un grupo muy
específico, con la población en general, de diferentes edades y condición
social), y también los de Harvard y los de Yale, y los universitarios japoneses
que participaban en competiciones deportivas y los campeones deportivos de
Dinamarca, y los no maorís del equipo de rugby de Nueva Zelanda.
"Existe un perfil
poligénico común a los deportistas de fondo", dice Lucía. "Pero no
existe o no hemos hallado prueba de la existencia de variantes genéticas
relacionadas con la posibilidad de sufrir enfermedades crónicas ni tampoco
relativas a la esperanza de vida".
En un estudio genético con 100 deportistas
de fondo (maratonianos de élite, ciclistas profesionales) y 100 personas sanas
como grupo de control, el equipo de Lucía observó que los dos grupos tenían el
mismo genotipo en lo referente a enfermedades (aunque, el estudio estaba
limitado a solo 33 polimorfismos). "En efecto, no hay evidencia de que los
mejores atletas de resistencia del mundo estén predispuestos genéticamente para
tener menos enfermedades. Así, la asociación entre esperanza de vida y práctica
del deporte de fondo no está influida por la selección genética", dice
Lucía. "Si no es la genética, es necesario, por tanto, hablar de estilos
de vida: parece que los exatletas fuman menos, beben menos alcohol y tienen una
dieta más saludable. Y también se mantienen físicamente más activos, siguen
practicando ejercicio, lo que sí que está ligado con una vida más larga: no hay
duda de los beneficios para la salud que suponen una vida activa: niveles de
forma cardiorrespiratoria de moderados a altos producen un pronóstico muy
favorable sobre el riesgo general de enfermedad y muerte. Y eso incluye a
enfermos de diabetes, de síndrome metabólico y cáncer".
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